Desde que soy madre, me relaciono con las mujeres que conozco en el campo de una manera completamente diferente. Entiendo sus sacrificios en un nivel completamente nuevo, y su compromiso con sus hijos. Además, entiendo la motivación detrás de todo su duro trabajo, día tras día.
Me conmueve cuando veo mujeres trabajando en los campos con sus hijos atados a la espalda, moviéndose a lo largo de las filas de plantación, deteniéndose cada minuto o así para dar una palmadita a una pierna, acariciar una mejilla, volver a acomodar un bebé dormido. Estoy conmovida por la forma en que los niños son llevados a todas partes—a las reuniones, al trabajo, a la cocina, a buscar agua. A los niños que yo veo se les permite ser niños, dándoles juguetes hechos de retazos de tela o formados con barro, o comprados en el mercado local con un poco de dinero extra.
Los niños son incorporados a la perfección a la vida cotidiana; sus días no son repartidos en intervalos de tiempo seleccionados entre el hogar y el trabajo.
Cuando solía llevar a mi hijo, Leo, conmigo al campo (CRS permite a las madres que trabajan viajar con sus hijos hasta la edad de 2 años), las madres se sorprendieron que yo alimentaba con leche materna como ellas.
“¿Te refieres a que las mzungu alimentan a sus bebés de la misma manera que lo hacemos nosotras?”
-se asombraban-
“¿No es sólo algo que se nos dice por ser pobres?”
Les encantaba turnarse para sostener a mi bebé, y él a su vez disfrutaba de la atención. Ahora que Leo es mayor, tomo fotos de él para mostrar a las mujeres que fotografío que también soy madre. Esto hace que me vean de manera diferente. Ellas hacen preguntas diferentes que cuando pensaban que yo era simplemente una extranjera con una cámara.
A pesar de nuestras diferencias, somos muy similares. Ellas me han enseñado a dejar de lado las inhibiciones y cantarle de todo corazón a mi hijo—y con frecuencia—sobre las tareas cotidianas como barrer, cocinar, limpiar, jugar. Me han enseñado a bailar en elogio cuando él hace las cosas bien. Aunque sus hijos son el centro de su mundo, no se les hace sentir como que ellas son el centro del universo.
Estas madres me han enseñado a relajarme, a confiar en mi hijo a explorar, cometer errores y aprender cosas por sí mismo. Yo he aprendido más de conocerlas y ver cómo son madres que de cualquier guía para padres.
También se me ha roto el corazón cuando las mujeres me preguntan si nuestra agencia puede ofrecer atención prenatal. Una mujer me contó que había sufrido un aborto espontáneo. Ella tenía el corazón destrozado. Se preguntaba qué había hecho mal. Se preguntaba si su bebé podría haberse salvado si hubiera tenido acceso a una clínica. Sé que yo me sentía de la misma manera cuando tuve un aborto espontáneo, y yo tuve acceso a la mejor atención médica en el mundo.
Las mismas dudas y sueños nos persiguen a todas. Estamos unidas en la maternidad. Todas queremos hacerlo mejor. Ser mejores. Dar más a nuestros hijos. Esta es una verdad que nos une.
Esta bella reflexión fue escrita por Sara A. Fajardo. Sara es asociada regional de comunicaciones de CRS para África oriental y el sur de África. Ella, su esposo, Ted, y su hijo, Leo, tienen su sede en Nairobi, Kenia.