Por María Barboza
En mayo de 2009, la aldea de Hoja Blanca, en la Diócesis de San Marcos, Guatemala, inauguró un sistema de agua potable. Como muchas de las aldeas de San Marcos, Hoja Blanca es remota y está entre las más necesitadas del país. La celebración contó con los acostumbrados discursos por parte de los dignatarios locales, una misa y la comida de sopa y poches, la versión local de los tamales. Pero, ¿qué significa todo esto para la comunidad?
Disponer de agua potable significa que las mujeres y los niños no tendrán que ir a buscar agua al río y transportarla en la cabeza montaña arriba, para cocinar y bañarse. Tener letrinas y desagües apropiados se traduce en que las familias verán reducidas las probabilidades de contraer enfermedades que se propagan por el agua sucia.
Esto no es un proyecto cualquiera. Este es el tercer proyecto de agua potable en la Diócesis de San Marcos financiado por su hermana Diócesis de Wilmington, Delaware. Durante los últimos siete años, las parroquias y escuelas de la Diócesis de Wilmington han recaudado fondos para estos proyectos y aprendido acerca de Guatemala.
Estas dos diócesis participan de un programa patrocinado por Catholic Relief Services llamado Hermanamiento de Solidaridad Global (Global Solidarity Partnership, en inglés). Han desarrollado una relación basada en el respeto y el aprecio mutuo por los dones de cada uno y una meta compartida de mejorar la vida de las personas en sus diócesis.
‘Fue inspirador’
En 2006 acompañé al grupo que asistió a la inauguración del sistema de agua potable en la aldea de Yalu. Ese día permanece fresco en mi memoria. Viajamos en carro durante una hora y media a lo largo de la frontera con México porque era más fácil llegar a la aldea por ese lado, ya que hay mejores carreteras. Caminamos casi dos horas subiendo y bajando por caminos montañosos, entre plantaciones de café y escabrosos maizales. Algunos de los miembros de la delegación de Wilmington temían no poder completar el recorrido, pero lo hicimos caminando lento y descansando.
Finalmente, ya cerca de la aldea, pudimos contemplar la hermosa iglesia pintada de blanco, sobre un fondo de verdes montañas. Era una pequeña aldea con unos 300 habitantes. Mientras nos acercábamos al centro, la gente salía a saludarnos. Cuando la barrera idiomática aparecía, nos comunicábamos con señas. Un anciano caballeroso abrazó a Mary Jo, una alegre integrante de nuestro grupo, y caminaron tomados del brazo hasta la iglesia.
Los líderes locales hablaron acerca de lo que habían logrado y de su gratitud hacia los hermanos y hermanas de Wilmington. Para construir este proyecto, organizaron a todos en la aldea, colaboraron con los obreros y usaron materiales locales. Las oficinas de CRS y Cáritas proporcionaron el asesoramiento técnico y organizaron el comité que regula el uso del agua.
Dos miembros de la delegación de Wilmington cortaron la cinta. Andy Zampini, director del ministerio social parroquial de la diócesis fue uno de ellos. Zampini ha promovido durante años los proyectos de acueductos en su diócesis, ofreciendo incontables charlas en parroquias y escuelas.
“Fue inspirador en varios aspectos; primero, ver que el dinero que invertimos en el proyecto realmente ha rendido frutos. Ver fregaderos en los patios frente a las chozas, ver asientos de inodoros, cosas que nosotros damos por sentadas, pero que la gente aquí se siente feliz de tener”, dijo Zampini. “Un aspecto aún más importante es saber que los niños no se enfermarán o morirán con tanta frecuencia, gracias a que ya no consumirán agua contaminada: nosotros, en nuestra diócesis, fuimos capaces de generar un cambio. Sentí muchas cosas, un gran orgullo. Fue una ocasión gozosa e increíble junto a las autoridades locales, de la diócesis y de CRS, ver el agua fluyendo por las tuberías. Me sentí feliz y hasta se me llenaron los ojos de lágrimas al percibir el gran efecto que tenía esta obra para 60 o más familias”.
Hoja Blanca, Yalu y Serchil son tres remotas aldeas en las montañas de Guatemala que hoy disponen de agua potable. Hay mucho más: son ejemplos concretos de lo que se puede lograr trabajando juntos, por encima de culturas e idiomas, unidos como una sola familia en fe y solidaridad.
María Barboza es representante del programa de relaciones globales y la comunidad hispana, en la oficina regional del noreste de Catholic Relief Services.