Hace un tiempo, Antonio* se ganaba la vida como agricultor en Nicaragua, su país natal, donde obtenía buenas cosechas de maíz, sorgo y ajonjolí y lograba brindarle una vida digna a su familia. Contaba con buenas temporadas de cultivo por lo que logró darles empleo a varios de sus paisanos y hasta llegó a planificar la compra de un tractor para reemplazar los bueyes del arado y así mejorar su producción.
Pero hoy en día la realidad de Antonio es muy distinta, luego de que la tierra que cultivaba dejara de producir como antes. La falta de lluvia y el aumento en las temperaturas ha provocado largos períodos de sequía en su región, lo que afectó notablemente el cultivo de las tierras y trajo escasez de alimentos y mucha necesidad.
Fue entonces que, en medio de la desesperación, Antonio tuvo que vender su ganado y hasta endeudarse, luego de tomar la decisión de abandonar a su país para lograr proveer su hogar.
“De mi dependía mucha gente y muchas familias. Soy una persona que me ha gustado darle a trabajo a la gente…”, comenta “Antonio”, quien lleva ya un mes en el Albergue de Hombres del Ejército de Salvación en Tijuana, México.
La experiencia de Antonio viene a ser la realidad que viven hoy muchas familias centroamericanas, que se ven obligadas a emigrar debido a la baja productividad de sus cultivos y la pérdida de cosechas.
“Ya la agricultura no es rentable para nosotros los pequeños productores. El cambio climático nos viene afectando porque vivimos en un corredor seco, [y] nos llueve poco. A veces tenemos los cultivos bien lindos… y en el momento de la floración nos deja de llover… Eso nos impulsa a nosotros a salir de nuestras comunidades¨, explica Antonio.
Y es que este nicaragüense ha vivido en carne propia los efectos del cambio climático como una de las causas de la migración, ya que creció y vivió en el Corredor Seco de Centroamérica, una zona árida que atraviesa Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, donde la población vive principalmente de la agricultura.
En el Corredor Seco las sequías y la degradación ambiental han generado la pérdida de las cosechas de miles de agricultores que dependen de sus cultivos para alimentar a sus propias familias y tener ingresos. Durante la última sequía extrema de 2018, 2,2 millones de agricultores del Corredor Seco sufrieron pérdidas de cosechas, dejando a 1,4 millones de personas sin suficientes alimentos para vivir.
El caso de Antonio es a su vez un gran ejemplo del fenómeno de movilidad humana identificado como “migración por motivos climáticos”, definido por la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) como “el movimiento de una persona o grupo de personas, debido a un cambio repentino o gradual en el medio ambiente como consecuencia del cambio climático”.
Estos casos son cada día más recurrentes, por lo que el Banco Mundial estima que para el año 2050 México y Centroamérica contarían con 3.9 millones de migrantes climáticos que, al igual que Antonio, podrían estar arriesgando su vida para encontrar alguna manera de sobrevivir.
“Cuando vine hasta acá, vine con ilusiones. Desde que nos entregamos, corriendo tantos peligros en México. Cuando fuimos a pasar ese muro había personas armadas, nos quitaron dinero…”, cuenta Antonio al describir los riesgos que tuvo que enfrentar al intentar cruzar la frontera.
Pero una vez en México, la vida de “Antonio” continúo con sus complicaciones, “hemos ido a buscar trabajo en supermercados, en construcciones, pero nos piden muchos requisitos, nos piden una cédula, y no la tenemos”, evidenciando además los desafíos legales que enfrentan las personas migrantes, cuando llegan a un nuevo país.
Catholic Relief Services (CRS) y la Coalición Pro-Defensa el Migrantes (COALIPRO) establecieron una alianza hace cuatro años para fortalecer la capacidad de respuesta humanitaria de la red de 35 albergues de migrantes de Tijuana y Mexicali, vinculados a esta organización. Además de brindar alojamiento, alimentación y servicios de higiene, los albergues de COALIPRO ofrecen asistencia legal y apoyo psicosocial a los migrantes que llegan a los albergues en busca de ayuda y protección.
Entretanto, Antonio sigue en el albergue de Tijuana desde donde espera por una audiencia para pedir asilo en Estados Unidos. Mientras espera, pasa sus días extrañando a su esposa, a sus hijas y por supuesto aquellos tiempos cuando sus tierras daban frutos. Hoy Antonio repasa su travesía a la que describe como “una tortura, lejos de la familia, lejos de la patria. Allá, aunque uno come arroz y frijoles, está [uno] tranquilo…”, afirma.
Te invitamos a unirte a nuestras campañas que buscan apoyar a las comunidades a adaptarse al cambio climático, para que no se vean obligadas a dejar sus hogares para sobrevivir.
*El nombre se ha cambiado para proteger la privacidad.