Por Robyn Fieser.
La línea de batalla que separaba a dos de las más notorias pandillas de El Salvador corría a lo largo de un terreno baldío entre los edificios antiguos y nuevos de “Condominios Los Atlanta”, un vecindario tan peligroso que los conductores de taxis se negaban a entrar allí.
Las pandillas rivales Mara 18 (de la calle 18) y Mara Salvatrucha (Mara 13), libraban su guerra entre las interminables filas de edificios de apartamentos de dos y tres pisos. Los vecinos dicen que los tiroteos y peleas con armas blancas eran comunes.
Situado casi en el centro una extensa urbanización, el solar podría haber servido como cancha de fútbol. En vez de eso, era escenario de peleas constantes. Un pandillero fue hallado muerto en las escaleras de concreto cubiertas de maleza.
Escenas similares se dan en el resto de El Salvador, en Centroamérica, y, en algunos casos, en los Estados Unidos. Pero ahora había algo diferente. En el terreno donde acostumbraban encontrar muertos, los jóvenes ahora juegan baloncesto. Otros observan desde las gradas. No más campo de batalla, el terreno valdío es ahora el signo más visible de cuánto ha cambiado la comunidad.
Encuentro con la paz desde dentro
Hace tres años, jóvenes de Los Atlanta, algunos de ellos exmiembros de pandillas, tanto de la MS-13 como de la Mara 18, se unieron para construir la nueva cancha, y un pequeño mirador donde los residentes actualmente celebran reuniones y cocinan.
La nueva construcción fue un componente central de Jóvenes Constructores. El proyecto de CRS, basado en un modelo desarrollado originalmente en Harlem, Nueva York, les enseña a jóvenes en riesgo destrezas para la vida y el trabajo, mediante servicio comunitario, y también les da formación vocacional que los ayude a encontrar empleo.
El personal de Jóvenes Constructores se acercó a Los Atlanta tres años atrás, por medio de Elvin Alexander Esquivel, residente local de muchos años. Para entonces, Elvin, delgado y un poco nervioso, encabezaba la MS-13 en Los Atlanta. Siempre acompañado de dos de sus “tenientes”, él dirigía las actividades criminales de la pandilla. Pero la interminable violencia comenzaba a cobrar un precio.
“Lo que más me lastimaba era que estábamos perdiendo muchos amigos que eran como hermanos para nosotros. Porque la pandilla es como una familia, un refugio, pero al final, unirse a la pandilla es un error. Pierdes a las personas que más quieres”- afirma.
Fue en ese punto cuando Elvin, que se complacía en saber que la gente le tenía miedo, decidió convertirse en pacificador. El primer paso fue arriesgarse a una reunión con sus rivales.
“Subí para hablar con ellos acerca del proyecto y al comienzo todo era, ‘¿Qué es lo que pasa aquí?’”- recuerda. “Pensaban que era una trampa. Estaban atemorizados. Así que me iba y volvía, no sé cuántas veces, hasta que finalmente tuvimos una reunión ahí [en el solar baldío]”- relata.
Unas 70 personas se presentaron a la primera reunión. Al comienzo los dos grupos permanecieron en su lado del terreno valdío, pero después que el personal hizo la presentación del proyecto, la gente comenzó a compartir sus historias.
“Poco a poco, el hielo comenzó a derretirse”- recuerda Elvin.
Construcción del cambio
A lo largo de los cinco meses siguientes, los antiguos enemigos pasaron cientos de horas juntos. Fueron casa por casa fumigando contra los mosquitos. Barrieron las botellas vacías y envolturas de dulces, como parte de las jornadas de limpieza que organizaron. Se pasaron horas transformando el antiguo terreno en una nueva cancha de baloncesto, dirigidos por un maestro de construcción, residente de una área vecina.
“Me sorprendió ver a algunas de las personas que vinieron a ayudar con el proyecto”, cuenta Brian Axel*, quien participó en el programa con la esperanza de que eso lo inspiraría a abandonar completamente la pandilla. “Había un tipo, a quien llamaremos Choven, que nunca venia. Él es grande, como un metro 85 de alto. Asusta verlo. Pero él también vino y trabajó en la cancha”, recuerda.
Como parte del componente de educación vocacional del proyecto, algunos aprendieron a reparar computadoras, otros a manejar motocicletas o hablar inglés básico. Durante los paseos cultivaron nuevas relaciones. Los muchachos de Los Atlanta todavía hablan de un famoso viaje a la playa en autobús. Fue la primera vez que muchos de ellos iban al popular balneario del Pacífico, aunque solo está a media hora de distancia.
“Fue significativo compartir momentos con personas que nunca pensaste hacerlo”, comenta Brian.
Lionel Gómez participó en Jóvenes Constructores porque quería convertir su talento para el dibujo en una destreza remuneradora. El joven de 29 años se unió a la pandilla cuando tenía 13, y a los 18 estaba en prisión; recientemente sobrevivió a un salvaje ataque por miembros de su propia pandilla. Nunca ha tenido un empleo estable.
Lionel tomó un curso de artes visuales auspiciado por Jóvenes Constructores y actualmente logra algunos ingresos estampando serigrafías en camisetas. Pero lo que más lo impresiona son los inesperados cambios que opera el proyecto.
Jóvenes Constructores “me ayudó a poner un poco de amor en mi vida”- confiesa Lionel, en una voz tan suave que hace que sus dientes cubiertos de oro y sus manos tatuadas parezcan un disfraz.
La oveja negra se inclina
Lionel es la oveja negra de su familia. Fue un chico rebelde. El marido de su mamá acostumbraba a golpearlo. Finalmente, lo echó de la casa. Entonces se unió a una pandilla, donde su temperamento estalló. La violencia, recuerda, era su reacción a casi todo.
Hace unos años, tras interesarse seriamente en una chica, trató de abandonar la pandilla. Fue ahí cuando sus compañeros lo atacaron. Le propinaron numerosas cuchilladas, le dieron dos balazos en la espalda y lo dejaron tendido boca abajo en un desagüe.
Cuando despertó en una ambulancia, un policía lo recriminaba por haberse unido a una pandilla. Captó el mensaje. No mucho tiempo después de eso Lionel finalmente abandonó la pandilla. Ya estaba “inactivo” cuando comenzó el programa Jóvenes Constructores.
Todavía, afirma, el programa lo mantiene alejado de problemas.
“No sé, tal vez es porque me mantiene ocupado, evita que me meta en esas cosas. Jóvenes Constructores ha estado aquí desde 2009, y siempre nos mantiene activos”, dice.
Culpable por asociación
En la actualidad, Lionel encabeza un equipo de jóvenes de Los Atlanta que lleva a cabo un programa gubernamental para limpiar el vecindario. Y busca un mejor trabajo, pero esto ha sido más difícil de lo esperado.
Los tatuajes lo delatan.
Recientemente, mientras firmaba un contrato de trabajo en una fabrica cercana, el gerente se percató de los tatuajes en su mano y le retiró la oferta.
Siempre duele, dice.
Al menos en Los Atlanta las cosas están cambiando. Y lo perciben no solo antiguos miembros de las pandillas.
Oscar, de 19, nunca estuvo en pandillas pero siente el estigma de vivir en una de las zonas de la ciudad calificadas como “rojas”.
“Este vecindario era todo pandillas y violencia”- recuerda Oscar, quien vive en un pequeño apartamento con sus dos hermanas y su madre. “Cuando salíamos, la gente pensaba que pertenecíamos a la pandilla y que solo servíamos para estar en las calles. Pero, parte del proyecto consiste en mostrar quiénes somos”- agrega.
Hoy día, dice Oscar, un sentido de comunidad ha reemplazado al miedo. Las puertas cerradas han dado paso al apoyo mutuo.
Cuando falleció el abuelo de Oscar, los vecinos recolectaron dinero para ayudar con el funeral.
“Hoy hay un grupo de personas que se apoyan mutuamente”- dice. “Siempre presentí que las cosas iban a cambiar y pienso que ese día ha llegado”- agrega convencido.
A la sombra de la pandilla
En Los Atlanta las cosas no son, de manera alguna, perfectas.
Las pandillas todavía existen. Se mantienen en su lado de Los Atlanta. Pero hay menos peleas y menos crimen.
“Estamos unidos para que nada nos lastime”, afirma Elvin. “Ellos se ocupan allá y nosotros nos ocupamos aquí de nuestras familias, nuestros hijos y nuestras comunidades”, resume.
Elvin todavía susurra cuando habla de lo que era la vida en la pandilla. Se ha quedado asustadizo, porque siempre corre el riesgo de que lo identifiquen.
Nunca dejas realmente la pandilla, explica. No está activo, pero la gente lo reconoce y siempre está siendo observado.
Pero, está haciendo lo que puede para evitar que otros chicos se unan.
Jóvenes Constructores lo contrató como promotor de programa. Su trabajo consiste en ir de un mal vecindario a otro, compartiendo su historia, inspirando a otros jóvenes a participar.
“Elvin conoce gente por doquier”, dice un trabajador comunitario perteneciente a una organización local socia de Jóvenes Constructores. “Tiene una asombrosa facilidad para comunicarse con los chicos”, agrega.
Tras pasar cinco minutos con Elvin queda claro que en él ha surgido un líder comunitario.
Conoce a todo el mundo por su nombre. Les pregunta por su vida, sus hijos, sus trabajos. Hace llamadas a la casa cuando la gente le pide ayuda para resolver disputas domésticas o aconsejar a padres con chicos que se portan mal.
Elvin encabeza las campañas de recolección de fondos del vecindario, yendo de puerta en puerta, cuando alguien pierde su trabajo o hay algún funeral.
Ayudar a otros, dice, es lo que lo mantiene activo.
“Todo lo que hemos pasado en Los Atlanta está en mi mente y en mi corazón”, dice. “Me siento afortunado de este cambio, pese a lo que estoy lidiando personalmente”, agrega.
Estos días, Elvin está lidiando con muchas cosas.
Los tiempos son duros, la vida es bella
Tras 19 años en una factoría textil, grapando etiquetas de precios de $100 en ropa deportiva para exportación, a la mamá de Elvin le diagnosticaron cáncer. Ya no puede seguir trabajando. Su último cheque fue de $18 y todavía no sabe cómo hará el próximo pago de su hipoteca.
Esa pobreza abrumadora, y el sentirse en parte responsable por los sufrimientos de su madre, lo que lo impulsó a unirse a su primera pandilla. Cuando lo hizo, y comenzó a asaltar gente en los parques cercanos, le llevaba el dinero a su madre, explicándole que lo había ganado vendiendo leña que recolectaba.
Recuerda que su madre lloró una vez que les entregó a él y sus cuatro hermanos un tomate para que lo compartieran. Elvin sabía que ella se sentía mal por tener tan poco.
“No comía, y le preguntábamos por qué lloraba”, rememora. “Decía que era la felicidad de vernos crecer, pero yo sabía que mentía”, agrega.
No han escapado a la pobreza. Pocos en este vecindario lo han logrado. La desesperación reina. Pero Elvin, como muchos de los jóvenes del atribulado vecindario, que constituyen su futuro, actualmente ve las cosas diferente.
“La vida es bella y el camino que recorremos es breve”, afirma. “Ahora quiero afrontar los desafíos de la vida, porque dejé de sentirme intimidado. Ya yo viví eso”, dice satisfecho.
*Los nombres se han cambiado para proteger las identidades de los protagonistas.
Robyn Fieser es asociada regional de comunicaciones para Latinoamérica y el Caribe. Tiene su oficina en la República Dominicana.