Decir que hace calor en San Antonio es quedarse corto. Rodeado de montañas y situada a unos 90 metros sobre el nivel del mar, el pequeño pueblo en el oeste de Honduras se siente como un horno. Hay noches en que sus habitantes, en su mayoría agricultores de granos básicos, y sus familias, prefieren dormir a la orilla del río donde el clima está un poco más fresco que en sus casas.
Los cultivos no han tenido mejor suerte. En los últimos años, el aumento en las temperaturas, las lluvias impredecibles y la sequía recurrente han azotado el Corredor Seco, una zona que atraviesa Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Estos patrones climáticos tan variados han mermado las cosechas y provocado que millones de personas pasen hambre. En 2018, la sequía fue tan severa que causó que más de 65.000 familias de agricultores en Honduras perdieran el 80% de sus cultivos. Al año siguiente, 170.000 agricultores perdieron más de la mitad de sus cosechas.
Eulalio Amaya Orellana, de 43 años y padre de cinco hijos, es uno de esos agricultores que tiene que enfrentar los efectos del cambio climático diariamente para llevar el pan a la mesa y proveer a su familia de lo necesario para vivir.
“Los veranos son muy fuertes”, cuenta Eulalio, “aunque sembraba, no podía cosechar porque se me secaban las plantas por falta de agua. Las temperaturas nos secaban las plantas”.
Ayudar a que los agricultores aprovechen al máximo la poca lluvia que cae es un enfoque central del proyecto RAICES-DRR financiado por la Oficina de Asistencia Humanitaria de USAID e implementado por Catholic Relief Services y sus socios locales, ASOMAINCUPACO y COCEPRADII. El proyecto ayuda a 4.490 hogares hondureños afectados por la sequía a reducir y atender los riesgos relacionados con la sequía, la escasez de agua y la variabilidad de las precipitaciones.
Para los agricultores como Eulalio, la resiliencia comienza asegurando y protegiendo dos recursos vitales: el suelo y el agua.
Con la ayuda de RAICES-DRR, Eulalio construyó un reservorio, es decir, un depósito de agua, y un sistema de riego por goteo. Ahora, durante la época de lluvias, recolecta el agua en el embalse para llevarla directamente a las raíces de sus plantas durante los meses calurosos y áridos.
Colectando agua de lluvia y utilizando este sistema de riego por goteo, Eulalio ahora puede cultivar verduras como el pepino, el apio, el perejil y la sandía que, aunque requieren más agua para crecer, se venden a un mejor precio.
Ayuda a las familias afectadas
El proyecto conectó a Eulalio con la Asociación de Municipios Fronterizos de Intibucá, una asociación del gobierno local que compra alimentos para almuerzos escolares a vendedores locales. Gracias a esa conexión, Eulalio ahora tiene un mercado seguro para sus productos.
Vincular a los pequeños agricultores con los mercados no sólo reduce la pobreza y el hambre en las comunidades rurales, sino que es clave para fortalecer a largo plazo la capacidad de las comunidades de salir adelante.
“Estamos trabajando con hortalizas de muy alto valor, conectando a los productores, y programando la siembra”, cuenta Jesús Martínez, agrónomo de COCEPRADII. “Esto es importante porque dejamos al productor ya inserto en el mercado. El proyecto se va, el técnico se va, pero el productor va a quedar abasteciendo un mercado seguro”.
Los mercados son importantes, pero el secreto de la resiliencia a largo plazo para agricultores como Eulalio es un suelo saludable. Los agricultores en el proyecto aprenden técnicas agrícolas simples que les ayudan a restaurar el suelo y proteger las fuentes de agua, al tiempo que aumentan sus rendimientos.
“El pasto que yo corto ahí la dejo, cubriendo el suelo”, nos explica Eulalio. “El sol ya no me va a afectar las plantas porque no les va a pegar directo a las raíces. Toda la humedad que queda en el suelo es de beneficio cuando llega la canícula”.
Ayuda a las familias afectadas
Escrito por Silverlight para CRS