La siguiente historia fue escrita por un gerente de programa de CRS en Sudamérica para ofrecer una vista a las vidas de las personas a las que ustedes ayudan a través de CRS.
Por Anamaría Rodríguez y Andrés Veintimilla, CRS Ecuador
Luis nació en la ciudad colombiana de Valparaíso Caquetá, cerca de la frontera con Ecuador. Como muchos hombres de la región, optó por trabajar en el campo, se casó y tuvo hijos.
Comenzó a trabajar en una finca experimental propiedad del gobierno colombiano. Al trabajar de sol a sol, obtuvo el título de jefe de experimentos ganaderos en la finca. Era un trabajo estable y bien pagado que le permitió ahorrar dinero y comprar su propia finca con un préstamo del Banco Agrario. Compró ganado y comenzó a trabajar en su propia tierra.
Cuando su hijo Gabriel cumplió 18 años, se vio forzado a cumplir con el servicio militar obligatorio y se marchó de la región. Un año después, Gabriel regresó a casa, pero los paramilitares lo persiguieron, presionándolo para unirse a ellos. La situación se volvió insoportable. Luis no sabía qué hacer. Su hijo huyó y nunca supo nada de él. “Hoy no sé si está vivo o muerto, o dónde se encuentra,” explicó Luis.
Este hombre robusto de unos 50 años de edad se viene abajo cuando relata su historia: “Un día, en represalia por el hecho de que mi hijo no quiso ir con ellos, el jefe paramilitar de la región se presentó en mi finca, y se llevó todo mi ganado en camiones.”
Luis no pudo recuperarse. Terminó en bancarrota y tuvo que vender la finca para pagar su préstamo. Perdió todo y se dio cuenta de lo peligroso que era permanecer con su familia en su país de origen. Se enteró de que había paz en el otro lado de la frontera.
Llegó a Ecuador con su esposa y tres de sus cuatro hijos, con las manos vacías. Fueron a Lago Agrio en busca de la paz, sin un amigo que los recibiera o dinero para comprar comida.
En Ecuador, Catholic Relief Services ayuda a los refugiados colombianos como Luis a través de socios locales como la Misión Scalabriniana. Este proyecto de CRS proporciona información sobre sus derechos como refugiados, talleres sobre cómo hacer frente a los efectos de la violencia y pequeños préstamos de capital para iniciar un negocio.
“Lo mejor que me ha pasado ha sido haber encontrado la Misión. Me han ayudado tanto aquí,” dijo Luis, que ahora se gana la vida como vendedor ambulante de una variedad de productos.
Luis ahora monta un triciclo, vendiendo perros calientes (hot dogs) con patatas fritas y chorizos en el invierno y vende agua de coco y artesanías en el verano.
Su sueño es poder comprar tierra y volver a hacer lo que mejor sabe: la cría de ganado y el cuidado de la tierra.
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