Elisabeth Román
Nací en Puerto Rico y me fui a vivir a Chicago cuando tenía solo un mes de nacida. Allí crecí, me casé y tuve dos hijos, pero, al pasar por un doloroso momento de mi vida, decidí regresar a mi tierra en busca de respuestas. Fue entonces cuando conocí a un sacerdote maravilloso.
Yo no fui criada como católica, pero ahora lo soy gracias a ese sacerdote. Él me salvó la vida. Vio a alguien sufriendo, que necesitaba ser escuchada. Nadie me había escuchado nunca. Su amor fue sanador y fue la respuesta que había estado buscando todo el tiempo.
Me preparó para mi primera comunión cuando tenía 40 años; fue una mañana de Navidad. Por eso ahora veo la Navidad como mi nuevo cumpleaños, a pesar de haber nacido en septiembre.
El sacerdote se convirtió en parte de mi familia. Me dijo: “Nunca tuve hijos por la vida que elegí y tú no tuviste papá. Así que eres mi hija”. Era un hombre de Dios muy, muy amable y amoroso, que transformó mi vida.
Lo primero que me enseñó fue a servir a los demás y a que cuando alimentas a los que sufren de hambre y ayudas a los pobres y enfermos, estás haciendo la obra de Jesús.
En 2007 regresé a Chicago para trabajar con los Misioneros Claretianos en el Centro de Recursos del Ministerio Hispano. Un colega viajó con Catholic Relief Services (CRS) a uno de los países donde la organización realiza su trabajo. Cuando regresó, dijo: “Nunca me había sentido tan orgulloso de ser católico, como cuando vi lo que CRS hace en otros países”.
Ese mismo colega me conectó con el Consejo Nacional Católico para el Ministerio Hispano (NCCHM, por sus siglas en inglés) y CRS, y comencé mi trabajo en defensa de la justicia social. Siete años después, fui elegida presidente de NCCHM. Desde allí, trabajamos con CRS para el 6º Congreso Nacional de Liderazgo Raíces y Alas sobre el Ministerio Hispano, y reunimos a más de 400 líderes de la iglesia católica para abogar frente al Senado por una reforma migratoria. Éste es el logro del que me siento más orgullosa hasta ahora.
La hermana Dominga Zapata un día me dijo: “Si no se trata de los demás, no se trata de Dios”. Así que cuando estoy planeando o tratando de hacer algo, pienso en los demás y me pregunto: ¿Cómo va a ayudar esto a alguien más?
Yo vivo mi fe extraordinariamente a través del servicio a los demás, porque los demás también me han servido de formas asombrosas e inesperadas. He sido renovada y elevada. No se imaginan lo que Dios ha hecho por mí, a través de otras personas.
Durante el Mes de la Herencia Hispana, comparto esta sugerencia a mi comunidad hispana católica que quiere vivir su fe de manera extraordinaria: se necesita comunidad. Tenemos que construir comunidad en nuestras parroquias. Compartir la Eucaristía, pero también compartirnos unos a otros: amor y compañerismo. Tenemos que unirnos. Todos somos iguales ante Dios.
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Como católicos, cada uno de nosotros está llamado a vivir nuestra fe extraordinariamente. Nos transformamos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, cuando ponemos nuestra fe en acción y llevamos a cabo la obra de Cristo.
Y tú, ¿cómo vives tu fe extraordinariamente? ¿Cuál es el legado que quieres dejar?