La crisis en Tierra Santa dio lugar a una catástrofe humanitaria que ha generado gran sufrimiento entre civiles inocentes. Entre ellos se encuentra nuestro personal de Gaza, quienes a pesar a la riesgosa situación que enfrentan a diario, han continuado sirviendo a los más vulnerables sin detenerse.
La mayoría de nuestro personal gazatí ha sido desplazado de sus hogares y han perdido a sus seres queridos. Sin embargo, desde el comienzo de la crisis en la Franja de Gaza, han brindado ayuda humanitaria a miles de personas y apoyado los albergues de las iglesias, donde miles se refugian.
A continuación compartimos sus historias. En sus relatos podemos entrever cómo es la vida y las condiciones diarias que nuestros colegas enfrentan.
Mahmound, oficial de campo de CRS en Gaza, hospeda a más de 80 personas en su casa
“Estamos hospedando a más de ochenta personas en casa, incluyendo a familiares cercanos y vecinos de la comunidad. Mi familia y yo tenemos tres apartamentos en nuestra casa de dos pisos: mi apartamento, el de mi hermano y el de mis padres. Ahora, duermen entre ocho y diez personas en cada una de nuestras habitaciones. Muchos están durmiendo en el suelo, con mantas o colchones, si es que tenemos suficientes. No hay absolutamente ningún espacio personal.
Seguimos recibiendo mensajes de que habrá un ataque aéreo en la casa vecina. Por eso, debemos tener extremo cuidado. Sacamos a las personas de la habitación que estaba al lado de esa casa y ahora estamos más incómodos que antes.
No hay electricidad aquí. No tenemos refrigerador ni agua potable. No tenemos gasolina para los generadores. Pasamos tres días bebiendo agua sin filtrar. Todo nuestro tiempo se centra en la comida; cómo vamos a conseguir pan y agua.
Enviamos a mis sobrinos a hacer la fila, de hecho, necesitamos 10 jóvenes para hacerla. Hay que hacer alrededor de siete a ocho horas de fila para conseguir pan, y entre cuatro y cinco horas para conseguir agua, para luego traerlas de vuelta con nuestras propias manos.
Cuando vamos al mercado, donde las existencias se están agotando, hay gente durmiendo afuera noche y día. Algunas personas duermen en sus automóviles.
La noche es espantosa. Escuchamos muchos ataques al lado de nosotros, cerca de nuestra casa y lejos de ella, en la zona, y no sabemos ni siquiera dónde es. Solo queremos que no oscurezca”.
Rami, oficial de proyecto de CRS en Gaza, refugiado en una iglesia
Rami pasó mucho tiempo de su infancia en el suelo de la iglesia ortodoxa griega de San Porfirio, la iglesia activa más antigua de la Franja de Gaza. La congregación siempre fue un lugar acogedor para la pequeña población cristiana del territorio. Hoy en día, los espacios en el complejo de la Iglesia se convirtieron en su hogar temporal.
“Es extraño”, dijo Rami, oficial de proyecto de Catholic Relief Service. “Ahora estamos viviendo en la iglesia”.
Desde que estalló la violencia en Tierra Santa a principios de octubre, el pueblo de Gaza está sufriendo ataques aéreos. El 9 de octubre, Rami, su esposa, su hija pequeña, Kylie, su hermana y su familia extendida escaparon de sus casas y vinieron a la iglesia, donde permanecen aproximadamente 300 familias en los pocos edificios del complejo.
“Estamos vivos, dice Rami, no sé si podemos decir que estamos bien, pero estamos vivos”.
El 20 de octubre, la iglesia de San Porfirio fue alcanzada por un ataque aéreo, el cual impactó un edificio de dos pisos del complejo de la iglesia y mató a 18 personas, incluidos dos niños. La cuñada de Rami resultó herida y su esposo murió. Rami intentó resucitar a las personas que sacaron de entre los escombros, incluido un bebé, pero no tuvo éxito.
“He vivido otros conflictos en el pasado, pero este es el primero que vivo estando casado y con una hija”, dijo Rami. “Es totalmente diferente. Tengo esta responsabilidad como padre primerizo. Pasa de todo por mi mente y quiero asegurarme de que todos estemos a salvo”.
Pocos días después del bombardeo, el sacerdote se acercó a Rami y a su esposa para hacerles una pregunta: “Nos preguntó qué pensábamos acerca de la idea de hacer un bautismo colectivo para los niños de nueve familias cristianas que se alojaban en esta y otra iglesia”, dijo Rami.
Por supuesto, todos estuvimos de acuerdo. Honestamente, él quería que los niños estuvieran bautizados en caso de que nos pasara algo.
Inicialmente, Rami y su esposa habían planificado que el bautismo de Kylie fuera en su primer cumpleaños. “De todas formas, fue perfecto. Se sintió como un momento de felicidad en medio de este horror. Somos una pequeña comunidad cristiana aquí en Gaza, por lo que todos nos conocemos. Pudimos compartir este momento juntos, lejos de la guerra”.
Para el futuro, sus planes se definen con una simplicidad más inmediata: “Más que querer comida o higiene o cualquier otra cosa, solo queremos que se termine esta guerra para que podamos continuar con nuestras vidas,para que podamos organizarnos y cuidar de nuestros hijos en un lugar más seguro”.
Dalia, oficial del proyecto de CRS en Gaza, refugiada con su familia en una instalación de la ONU
“No hay un lugar más seguro a donde ir. Si hubiera algún otro lugar, iría. Estoy tratando de adaptarme. Reconozco que mi situación es mucho mejor que la de otras personas que no pudieron salir de sus hogares o que no están con sus familias.
Agradezco a Dios por contar con este refugio y estar con mi familia. Si estuviésemos separados, estaría pensando únicamente en ellos y preguntándome si habrían resultado heridos en cada bombardeo que escucho. No me puedo imaginar cómo es para las familias que están separadas.
Hay alrededor de mil personas alojadas aquí. Es como un gran salón, con marcas para delimitar áreas. Tenemos un espacio pequeño de alrededor de dos metros, con cinco o seis miembros de la familia por cada dos metros. Hay tanto ruido por la noche que resulta difícil conciliar el sueño.
Tengo dos hijos y una hija. Por las mañanas, mi hijo camina con los niños hacia las filas para ir al baño, donde esperan al menos una hora o más. Estoy esperando que sea medianoche para usar el baño. La mayor dificultad es el aseo y la higiene, mantener a mis hijos limpios y seguros.
Nos estamos quedando sin comida ni agua. Mi padre, que es mayor, hace fila durante cinco o seis horas para obtener agua para nosotros. Y lo que puede cargar no es mucha cantidad. A veces siento vergüenza porque le quiero pedir que traiga más, pero es demasiado para él.
Nos estamos enfermando. Toso todo el tiempo y muchas de las personas a mi alrededor tienen los mismos síntomas.
Tratamos de ser fuertes frente a nuestros hijos y familias, pero a veces ya no podemos. A veces solo me detengo a llorar. Siento que estoy perdiendo el control. Me encuentro solo mirando a la pared y preguntándome: ¿dónde estoy?
Si tenemos electricidad, dura una o dos horas. En ese momento, todos intentamos cargar nuestros celulares. Pero, todos estamos cansados. Queremos ir a casa.
Les enviamos cariños a nuestros colegas de CRS. No podemos seguir así, durmiendo en el suelo, durante el invierno. Rezo para que la guerra termine antes de que llegue el invierno”.