Cada mañana, María Idelfonsa Sánchez llega muy temprano al Centro de Educación Básica La Esperanza en Intibucá, Honduras, donde su hijo cursa el noveno grado. Luego se dirige a la cocina de la escuela y se pone su delantal para comenzar a preparar los alimentos que se les dará a todos los alumnos de la escuela durante la jornada escolar.
La tarea no es fácil. Una vez llegan a la cocina estas madres tienen que barrer y limpiar todo, luego atizar el fuego, ordenar los alimentos que cocinarán y verificar si cuentan con agua ese día.
Pero María Idelfonsa realiza sus tareas con amor, pues sabe muy bien lo importante que es su trabajo desde que forma parte del grupo de madres voluntarias, que sirven de apoyo al Programa Internacional Alimentos para la Educación y Nutrición Infantil de McGovern-Dole (MGD) de Catholic Relief Services (CRS) y sus socios.
Este proyecto de alimentación escolar, financiado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), tiene el objetivo de mejorar la asistencia y la alfabetización de los niños en edad escolar en la zona. Gracias a esto, más de 51,000 estudiantes, desde preescolar hasta el noveno grado, reciben alimentación escolar diaria.
“Cocino con amor. Creo que los niños se motivan para venir a la escuela si les cocinamos una buena comida…Yo vengo dispuesta a trabajar. Es un trabajo en grupo, hay muchas cosas que hacer aquí”, explica María Idelfonsa, quien junto a otras voluntarias recibió la orientación y capacitación sobre cómo preparar los alimentos para los estudiantes.
El día comienza con un nivel de dificultad extra porque no hay agua potable en la escuela y hay que ir a traerla desde otra cercana. Una vez consiguen agua, a estas cocineras nada las detiene moviendo unas cosas por aquí y cortando otras por allá, buscando los condimentos adecuados, arreglando las tazas y platos que utilizaran los niños.
Ya son casi las diez de la mañana y no hay tiempo que perder. Los niños cuando sienten hambre llegan a supervisar a las madres. “Apúrense que tengo hambre” se escucha un grito, es la voz de un niño. Pronto se le unen otras voces de niñas coreando lo mismo.
A pesar del retraso, las madres voluntarias logran salir del primer compromiso luego de darle mil vueltas con sus manos a la gran cantidad de mezcla de leche de soya con maíz para deshacer todos lo grumos y lograr hacer el atol (CSB), el cual se sirve a los estudiantes justo a las 10:00 a.m.
“Hay niños en esta comunidad que tienen familias muy pobres. En la comunidad sabemos del hambre.”
María Estebana, madre y voluntaria del programa McGovern Dole en Intibucá, Honduras.
El proceso de la entrega de la merienda dura quizás unos 20 minutos y luego los estudiantes vuelven a clase. Es entonces cuando las cocinas requieren más leña y las voluntarias ahora comienzan a cocinar el almuerzo a todo vapor.
Entretanto, otras madres voluntarias cortan vegetales que han sido donados por las familias de la comunidad para que sus hijos puedan alimentarse nutritivamente. La dieta básica que ofrece el Programa de Alimentos para la Educación incluye maíz, frijol, arroz, atol y aceite vegetal. Esta se complementa con las hortalizas fruto del esfuerzo de los padres de familia en sus parcelas.
“Hay niños en esta comunidad que tienen familias muy pobres. En la comunidad sabemos del hambre. Hay madres y padres que trabajan sin cansancio para conseguir apenas lo suficiente para sobrevivir el día”, sostiene María Estebana, una madre de 50 años a cargo de la bodega de alimentos y que tiene a dos hijas y una bisnieta estudiando en la escuela.
María Estebana lleva además dos años sirviendo como presidente del Comité de Padres de Familia y líder comunitaria. El programa, que cuenta con 20 grupos de madres en Intibucá, las ha apoyado para organizarse y cumplir con la faena en la cocina. Además, trabaja con miembros de la comunidad quienes participan en otras actividades que apoyan la educación como las mejoras en la infraestructura escolar.
Ya al final de la jornada las voluntarias terminan el día sirviendo un plato de vegetales cocidos, frijoles y tortilla a todos los estudiantes. Los niños terminan el día escolar sonrientes.
A esta hora en la cocina hay calma y satisfacción de parte de las voluntarias, a quienes el programa agradece dándoles la ración seca de frijoles, maíz y arroz como incentivo por su voluntariado. Esto en reconocimiento a su labor que viene a ser vital para ayudar a las comunidades en su lucha diaria contra el hambre.